El hombre público más eminente nacido en esta ciudad desarrolló su vida política en los 50 años que transcurrieron entre 1889 y 1939. Comenzó en los actos que precedieron a la revolución de 1890; allí en el Parque de Artillería (donde hoy se encuentra el Palacio de los Tribunales de Buenos Aires) fue el centinela de la Junta Revolucionaria, adentro, como el mismo de la Torre lo recordara 40 años más tarde, en el hospital de sangre, el doctor Juan B. Justo atendía a los heridos. Participó luego en la revolución de 1893 en Rosario y Santa Fe, que desalojó el gobernador Cafferata y ocupó un ministerio por breves días. Poco después llegaría a la conclusión de que las conjuraciones de cuartel eran mil veces más peligrosas para las libertades públicas que las malas elecciones.
La fundación de la Liga del Sur en 1908 significa por primera vez en la Argentina la aparición de un partido orgánico, con programa definido, como lo señala José Ingenieros en su Sociología Argentina. Su compromiso lo llevará a gastar toda su fortuna personal en la campaña de candidato a gobernador de Santa Fe.
Sancionada la ley Sáenz Peña en 1912, es electo diputado nacional y en sólo dos años resulta consagrado por su labor legislativa al punto de convertirse en un líder nacional. Si hay libertad electoral, hacen falta partidos orgánicos y se pone a esa tarea. Su talento y la reciura de su carácter son reconocidos cuando es designado presidente del nuevo Partido Demócrata Progresista y luego candidato a presidente de la República, entre nombres como Joaquin V. González, Indalecio Gómez, entre muchos otros. Y aunque fracase electoralmente continuará por el camino emprendido. Su fracaso será el fracaso de la República, como lo han señalado Rouquié y Sebrelli.
Cuando la demagogia irresponsable traiga como consecuencia la asonada del 6 de setiembre de 1930, rechaza la posibilidad de ser el candidato del oficialismo y es el abanderado de la Alianza Demócrata Socialista. El candidato a vicepresidente es el doctor Nicolás Repetto, médico eminente, que en su foja lleva el dato de que abandona su profesión, que en el último año de ejercicio le ha dado utilidades de un millón de pesos de hoy, para brindarse a la acción política. El fraude y las condiciones políticas de gran parte del país provocan la derrota.
Cuando se incorpora al Senado el talento enorme, su desinterés, la defensa de los intereses de la República brillan como nunca. Así lo vemos en el debate del Banco Central, cuyo proyecto él critica, no porque signifique una entrega a intereses extranjeros, sino porque no tiene la suficiente independencia para defender el valor de la moneda. Sí, se hará sentir su voz antiimperialista frente al Convenio de Londres o la investigación del comercio de carnes, donde ve caer asesinado a Enzo Bordabehere.
Poco después, el fraude electoral como sistema y la aparición de brotes totalitarios determina que ante una multitud pronuncie el 1° de mayo de 1936 la frase convocante: “Hombres libres del mundo, uníos”.
En ese año de 1936 afronta el debate sobre la ley de represión del comunismo, que es sólo la pantalla para contener las protestas que origina el fraude y ahí puede ratificar su fe democrática. “A mí me separa un abismo del comunismo. Ni la dictadura ni el desborde demagógico me han tenido jamás a su servicio”
Todavía la vida le da tiempo para pronunciar su conferencia “Grandeza y decadencia del fascismo” en 1938.
Señores: El pasado sirve para buscar los ejemplos, no para repetirlo ni para crear diferencias en los hombres de hoy o del futuro.
En esta hora en que se cierne una nueva amenaza, otra vez trasnochada, de un brote fascista en la Argentina, busquemos los caminos para que todos los demócratas, cualquiera sea su origen, nos unamos para hacer frente a esa amenaza. Ese será el mejor homenaje a la memoria de Lisandro de la Torre.
7 de enero de 2006
No hay comentarios:
Publicar un comentario