Militante del Partido Demócrata Progresista desde su adolescencia, llegó a ocupar cargos internos de la más alta significación y ser representante de la agrupación en el Concejo Deliberante de Rosario y en la Cámara de Diputados de la Nación.
Lo fue por imperio de su personalidad y de su talento, sin ambiciones menguadas ni luchas encarnizadas por conquistar posiciones, que seguramente deseó pero que logró por el reconocimiento de sus correligionarios y puede decirse a pesar de un carácter hosco, combativo, incapaz de hacer concesiones respecto de lo que eran sus convicciones.
Como todos los hombres tenía virtudes y defectos, que no ocultaba. Puede decirse que se ofrecía cristalino a la expectación pública y más de una vez ello le hizo resignar posiciones que merecía. Pero ese era él y lo fue siempre hasta los días finales de su vida.
Hace dos semanas fui a visitarlo a su casa. La salud desmedrada no había atacada la lucidez de su cerebro ni siquiera ese temperamento optimista que lo distinguía y me pidió que distribuyera un trabajo que había preparado años atrás sobre la autonomía municipal. Estaba al tanto de todas las noticias con los dos diarios que leía siempre y me hizo sus comentarios. Se aprestaba a concurrir a las reuniones partidarias que habían comenzado a realizarse sobre la reforma constitucional de la provincia y sólo esperaba que condiciones climáticas más benignas le permitieran salir de su hogar.
Puedo decir con la mayor veracidad que ese carácter difícil que lo caracterizaba no era necesariamente un obstáculo para el trabajo en equipo. Lo conocí bien en el bloque de concejales de 1963-1966, que él presidía y que yo integraba con otros amigos. Nunca una disidencia parcial impidió una decisión colectiva ni empañó una relación que, por el contrario, se fortaleció con el transcurso del tiempo. Entonces apreciamos su enorme capacidad de trabajo, su amplio conocimiento de los temas más diversos y el respeto que imponía a amigos y adversarios. No exagero un ápice cuando digo que desde la presidencia del bloque opositor dirigió los trabajos del Concejo Deliberante. Es que se imponía por la fuerza con que sostenía sus ideas y con el poder moral que emanaba de su acción.
Desde joven se había acercado a José y Mario Antelo, cuyo estudio jurídico frecuentaba. Bebió allí el espíritu democrático que se asienta en el respeto de las jerarquías legítimas, y después de la muerte de Mario acudió muchas veces en consulta cada vez que lo necesitó. Esa idea de la jerarquía legítima, que es consustancial con la democracia, la tuvo siempre y puede hallarse allí la clave para comprender la falta de disidencias políticas en el seno partidario, a pesar de su carácter.
La política fue seguramente su leit motiv. Su paso por la Cámara de Diputados no fue intrascendente y lo prueban los proyectos y debates, algunos de los cuales fueron publicados en forma de folleto. En momentos muy graves para las instituciones de la República hizo oir la voz del Partido Demócrata Progresista y sostuvo los principios y el programa de su Partido. En las épocas más difíciles, sin esperanzas, su nombre integró listas partidarias.
En el orden interno, integró la Junta Departamental de Rosario, que presidía el doctor Vicente Pomponio, uno de sus maestros preferidos. También, la Junta Ejecutiva Provincial y la Nacional varias veces. Presidió durante varios períodos el Congreso Nacional y el Tribunal de Disciplina. Constituida la Comisión de Museo y Homenajes, fue su vicepresidente e impulsor de muchas de sus iniciativas. Actualmente era presidente honorario de la misma.
Su nombre está asociado también a la educación. En la Escuela Superior de Comercio, de la que fue antes alumno, en la Facultad de Ciencias Económicas, su paso por la docencia, dejó su impronta en miles de alumnos que lo recuerdan con afecto como un maestro severo pero recto.
Angel Moral vinculó su nombre a muchas actividades culturales y deportivas, habiendo integrado elencos directivos de varias entidades.
Lector apasionado, no hubo género ajeno a sus inquietudes. Buscaba los momentos más diversos y todavía lo recuerdo en una esquina mientras esperaba el tranvía o sentado en el medio de transporte leyendo un libro.
No puede olvidarse su paso por el periodismo. Muy joven entró al viejo diario Tribuna, aquel que los jóvenes demócratas progresistas fundaron en 1928. Allí alternó con viejos periodistas que marcaron una época en la ciudad y aprendió el oficio, que tenía por entonces la condición de ser una fragua cultural y humana. Puede decirse que a pesar de los años transcurridos después de abandonado el oficio, Moral nunca dejó de ser un periodista. Esa etapa lo marcó como ninguna, probablemente.
Despedimos a Angel Moral, hombre cabal de la democracia, ejemplo de temple para los momentos difíciles, hecho en la forja del trabajo, del estudio y del esfuerzo.
9 de septiembre de 2004
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