SARA DELLA NEGRA
Héctor Amez – Noviembre 2004
La ciudad de Esperanza va a rendir un justo homenaje al incluir el nombre de Sara Della Negra. en la nomenclatura urbana. Hace diecisiete años ya de su muerte, con lo que están cumplidos con exceso los plazos legales para hacerlo y la perspectiva histórica permite aquilatar sus méritos.
Ella era una típica mujer de la democracia, en la que creía por convicción íntima, que había elaborado en la relación con sus mayores y en la lectura y el estudio. Tenía un linaje liberal, que está claro en el nombre de su padre: Yordano Bruno, ya estampado como una manifestación de libre pensamiento al recordarse con una grafía distinta la admiración por el filósofo italiano. Giordano Bruno se atrevió a desafiar a los poderes dominantes en el siglo XVI con la enseñanza de las verdades científicas, que demostraban los errores de lo que se daba entonces por la verdad absoluta, y pagó esa osadía con su muerte en la hoguera, condenado por los tribunales de la. Santa Inquisición en Roma.
El padre de nuestra recordada testimonió su fe en el gobierno del pueblo, por y para el pueblo -según la conocida frase de Lincoln- al inscribir como segundo nombre de la recién nacida Sara el de Democracia. Es muy probable que ella sintiera que ese segundo nombre le imponía un mandato: luchar por la vigencia de un sistema de gobierno y una forma de vida, no la más cómoda, porque impone deberes a los ciudadanos, que muchas veces prefieren declinar sus responsabilidades, delegándolas en un hombre fuerte, que con frecuencia termina en un régimen absolutista cuando no en una tiranía.
Sara Delia Negra realizó toda su militancia política en el Partido Demócrata Progresista y tuvo en este Partido el reconocimiento de sus méritos en cargos internos y candidaturas, a pesar de su desinterés.
Carecía de ambiciones personales y su energía se inclinaba por convencer a quienes ella consideraba los mejores para que se decidieran a actuar en política, enrolada en la corriente que considera a la política como el pensamiento y la acción puestas al servicio del pueblo. Para ella, el mérito estaba a la cabeza de cualquier tabla de valores. Por eso le repugnaba la demagogia y no toleraba a los Tartufos que proclaman su adhesión a las causas más nobles y se contradicen con su acción o con su vida misma.
Sara era una enamorada de la historia de la colonización de Esperanza, que dio como resultado una sociedad de la que ella misma era una expresión y un símbolo. Continuamente se empeñaba en divulgarla y todos sus amigos de fuera de esta ciudad pueden dar testimonio de esa tarea que hacía con tanta pasión.
Sara hacía también un culto de la amistad y los que somos de su generación sabemos cuán profundo era ese sentimiento y la fe que depositaba en sus amigos. Podría decirse que era un compromiso esa amistad porque no estaba dispuesta a tolerar deslealtades, no ya hacia su persona sino a los principios en que ella se fundaba. ¡Y cuanto le complacía comprobar que sus amigos eran fieles al compromiso de un ideal! "Estoy orgullosa de mis amigos" me escribió una vez a propósito de cierta negativa de unos correligionarios a un acto administrativo que implicaba un favoritismo hacia otro que lo reclamaba.
Su enfermedad y su muerte nos privaron de un valor humano excepcional cuando mucho podíamos esperar de ella. En sus últimos momentos pensaba en el después, en los demás, en quienes podían ser los que ocuparan el puesto de lucha del que sabía que la muerte próxima la apartaba. Así fue su vida, simple, tenaz, plenamente vivida al servicio de un ideal.
Recordemos siempre la vida de Sara Della Negra. Que este nombre no sirva sólo para identificar una calle de Esperanza. Que sea también su permanente recuerdo un ejemplo para las nuevas generaciones.